UN DRAGÓN.
“Corría a tu casa a esconderme de la gente
y tú me consolabas con una gran taza de té …
Desde que me mudé de país, ningún té fue tan dulce” .
P.L
A veces eras un enorme colchón, atento y sereno, con el sonido pegajoso de los buenos recuerdos; otras, un impetuoso carrusel, con el caballo real atornillado en el pecho y el pelo crecido para amarrarme y tentarme.
También eras pequeño, como una gota de agua que huyó de la tormenta porque su destino era otro, porque prefería estar en los labios y no en el suelo, porque deseabas los besos y no brotar en un lugar extraño, con piedras en las raíces y arena en los ojos.
Eras transparente, oruga temerosa, silenciosa, lenta descomponedora de la mala tierra, descomponedora de la saliva amarga que quemaba los rosales.
Y torturabas mis pensamientos cuando te alejabas, cuando no caminabas en mis manos, cuando no existían las confidencias ni las cosquillas, cuando te convertías en un ser humano y tenía que compartirte. Eras fiesta, muchas veces. Y el cumpleaños de todo el vecindario. Eras confeti, helados de todos los sabores. Eras música, pero jamás el invitado.
Nadie conocía tu secreto. Sólo yo.
Yo, que te acompañaba a tu refugio cuando el verano se hacía insoportable, cuando prendía tu lengua y te hacía vomitar.
Sólo yo recogía el cansancio de tus pies y lo guardaba en mi bolso y te secaba las lágrimas, cuando nadie se atrevía, cuando nadie se quedaba a tu lado para mecerte.
Sólo yo soportaba el sudor de tu casa cuando me dedicaba a pintar las paredes, a pulir el moho del techo y arropar a las ventanas que tus visitas nocturnas dejaban abiertas.
Sabía que temías a la soledad, a la soledad de ser el único de tu especie, a la soledad de extinguirte inevitablemente… Por no encontrar a alguien con tu mismo olor, para reproducirte.
Y teñía mi cabeza de brasa para acompañarte, para pertenecerte, para decirte que quizás yo también era un dragón diferente… Y tú no te habías dado cuenta.
Sólo yo podía cargar con un pedazo de tu alma y comprender tus versos, sin agotarme. Y ser antorcha, ser carrusel, ser oruga, ser fiesta, ser tu eterna compañera de serenatas.
Y tú, tú me mirabas caminar en tacones con mi maquillaje a cuestas. Y tratabas de imitar mis pasos y mis gestos, pero tu memoria tristemente se afiebraba y te dormías.
Entonces, me quedaba a humedecer tu frente, a ahuyentar las jaurías de lobos que te llamaban desde la calle y a cubrir tus pestañas con puntitos de escarcha, para que sonrieras cuando la mañana te abriera los párpados.
Con el rostro mustio y el pelo revuelto, te llevaba el desayuno a la cama e intentaba que me reconocieras, nuevamente… Que concentraras tu paciencia en mi voluntad.
Y haciendo remolinos en el aire, con mis manos y con mis muñecas, celebraba tu amanecer mientras el aroma a pan tostado nos envolvía… Y tiernamente, nos reconfortaba.