viernes, 19 de febrero de 2021

Paula Labra: "Facundo" (Extraído de "Demasiadas Vidas Bailando Juntas", Hombre Elefante editorial, 2020).

FACUNDO.



Tenía 11 años la primera vez que ayudé a partir a un animalito. Se llamaba Facundo y era un quiltro de patas cortas que me había seguido a la casa.

Fuimos inseparables un buen tiempo hasta que, en una de sus andanzas, un auto lo atropelló y le quebró la columna.

Lo pusimos en una cunita y llamaron al veterinario: Pensé que vendría a sanarlo, a ponerle un yeso, inyecciones, algo... Luego comprendí que no, que vendrían a quitármelo.

En un acto de rebeldía, me encerré con él en mi pieza. Abracé su cunita muy fuerte y me cubrí la cabeza con una sábana.

El canto de un organillero se escuchaba desde el patio trasero, a la vez que mi madre golpeaba la puerta con impaciencia. Y a medida que el sonido perezoso abrazaba todos los muebles de la casa, esa impaciencia se transformaba en rudeza y enojo: 

- ¡Entonces no lo quieres, si lo quisieras lo liberarías de su sufrimiento! ¡Sal de ahí, no seas egoísta! ¡Y acompáñalo cuando el veterinario llegue! ¡Y despídete! ¡Y dale las gracias porque fue un buen perro!

Mi Facundo me miraba con sus ojos saltones y tiernos. Su cuerpo temblaba debajo de las sábanas, mi corazón también... Entendí que me suplicaba.

Lo acaricié mientras lo dormían:  Yo tenía angustia, miedo y quería escapar, pero el Facundo no lo supo. No lloré delante de él, al contrario, le dije muchas cosas bonitas en sus oídos hasta que ya no respiró.

No quise hablar con mi mamá durante un mes. No sé por qué. Me sentía enojada, triste e inútil.  Como si algo oscuro y árido masticara los latidos de mi garganta.

A lo largo de los años he tenido que ayudar a muchos en su partida: Gatitos, perros, pájaros... Algunos míos... Otros, encontrados en la calle… Desnutridos o sin fuerzas… ¡Muchos!… Y cada uno de ellos es como mi Facundo de ojos saltones… Y a todos les digo cosas bonitas en sus oídos hasta que ya no pueden escuchar.

Pero ya no me queda esa pesadez en el cuerpo como la primera vez. Y no enmudezco desorientada y llorosa. Algo de aquella confusión de niña se calma un poco: Debe ser porque hay un dolor menos que suplica, un Facundo menos que agoniza.