jueves, 17 de diciembre de 2020

Paula Labra: "Declaración de Amor" (Extraído de "Demasiadas Vidas Bailando Juntas", Hombre Elefante editorial, 2020).





DECLARACIÓN DE AMOR.


Una llamada tuya… Octubre del 2000… estábamos distanciadas:

- Hija, tu papá tiene cáncer, ven a la casa… pasa su cumpleaños con nosotras y despídete.

Anudé un bulto con mis cosas, deposité a mis esquivos gatos dentro de un morral, al que agujereé previamente, y partí. Los gatos podían respirar bien, pero a través de los pequeños orificios jamás reconocerían el camino de regreso. A ellos y a mí, nos esperaba lo incierto de la pérdida.

Me encontré con mi pieza de chiquilla, llena de almohadones rosados y libros con pétalos secos atrapados en las hojas. El aroma de las cortinas era confuso, algo añejo, como si mi espíritu de niña estuviese enjaulado desde mi antigua fuga, esperándome. Me acomodé rápidamente. Los gatos también, aturdidos y exhaustos.

Por la tarde, con mis hermanas, llenamos de globos la casa y dejamos resplandecientes los vidrios de todas las ventanas, para que el sol quisiera acicalararse en ellos un buen rato. 

Al cubrir la mesa, buscamos un mantel elegante con diseños de navidad. Y preparamos muchos pancitos de huevo con pimentón y aceitunas. 

Entre tanto, mi padre cruzaba la calle para llegar al almacén. Iba con pijama, pantuflas y una bolsa de género que cambiaba de mano, cuando alguien se acercaba a saludarlo:  Ya no se quitaba el pijama para pasear por el barrio. Ya no necesitaba zapatos ni combinar las camisas con las corbatas, ni cubrir su cuello del frío para detenerse a conversar con la gente. El pijama le bastaba para recorrer todos los almacenes.

Por años, solo había saludado a sus vecinos algún fin de semana y no tuvo tiempo de reconocerse en ellos cuando envejecían. Nunca tuvo tiempo para reconocerse en ellos ni en nosotras. Trabajaba sin parar.

Al verte salir, calmo y liviano, supe que partirías pronto... Que había llegado apenas a tiempo para celebrarte... Y que tus trajes almidonados se quedarían en el antiguo clóset, esperando que alguien de tu misma talla los necesitara. 

Cuando todos los globos estaban fatigados y silenciosos, cuando ya amanecía, y tú y yo no lográbamos dormir, te dije que te amaba por primera vez… Me miraste risueño, pero tus ojos estaban grises y atormentados. 

Comprendí que no querías irte aún y que, a pesar de tus compras amables por el vecindario, tus temores caían en desesperación cuando llegaba la noche.

Luego de eternas jornadas de rezos e invocación a brujos sanadores, el cáncer te dio un respiro amoroso. Casi tres semanas. Y en el preciso momento en que la ilusión del milagro comenzaba a inundarnos, el dolor te atacó por la espalda con toda su furia: Mientras la primavera transformaba los colores de la calle y los jardines más opacos, una ambulancia pasó por ti y ya no regresaste.

Recuerdo que desgranabas kilos de habas, que habías comprado en la feria por la mañana, y que los animales de la casa te rodeaban. Ya te gustaba estar en la casa. Los aromas de la cocina despertaban tu apetito y zurcías calcetines impares e historias sin tiempo, después de almorzar. 

En todas tus anécdotas aparecíamos nosotras (tus hijas) muy pequeñas, tomadas de tu enorme mano, siempre. En todas éramos niñas, en todas nos prohibiste crecer.

Cincuenta y cuatro años fueron muy pocos para conocerte, muy pocos para dejar de ser una hija ausente. 

Una breve declaración de amor, y te fuiste.