Rosas que sangran como heridas
Narbonne (256-288 D.C).
Vengo
del fuego al cielo
a tus rosas que sangran como heridas
a probar de tu carne perfumada entre los pozos
el pan de tu calvario que me invoca y me ilumina:
Vengo
a tus rosas ebrias
del tránsito a la esperma
que resigna el dolor de tu mirada
lacerando
sobre el puerto moribundo de tus brazos que florecen
ante el ruedo
que te asedia y te consume
del tormento a la debacle
Yo
que conozco la agonía del vencido
cuando enfrenta el desfiladero
a los pueblos asolados de tus ojos
a tus sienes derramadas en silencio
a tus párpados cubiertos por el musgo
en millones de pétalos
vengo
de poema en poema
del llanto a la alegría
A pesar de tu cruz que me acusa y me abandona
a pesar de tu dios que me juzga y me castiga
Líbrame
de las palabras que no pueden levantarse de la muerte
véngame
de aquellas serpientes que se ocultan en senderos y jardines
háblame por sueños
del perdón y sus vergeles deliciosos
ven
alumbra el desaliento de mi rostro
con tu corona de rocío
No es tan cierta la penumbra que destruye el mascarón de tu lamento
no es tan cierta la ballesta que extermina tu martirio en el olvido
Sólo sé que vengo
-aunque receles de mirarme-
con la antorcha de mi nombre arrodillado
ante el altar de tu figura torturada por espinas
Sólo sé que vengo
como un náufrago arrojado por la nave de este mundo
como un ángel embriagado de belleza y poesía
A buscar en tus labios la pasión escarmentada
a encontrar el canto esperanzado de tu alma en letanía
Vengo
al consuelo de tu cuerpo asaetado
vengo
del fuego al cielo
a tus rosas que sangran como heridas.